CAPRICHO #222: Caracoles en caldillo




Otro de los sabores predilectos de mi mapa personal de los recuerdos es el de los caracoles. Cuando era pequeña y llovía, los fines de semana, si descampaba, mi padre nos levantaba temprano y nos íbamos al campo. Allí, cada uno, con una bolsa de plástico en mano, rastreábamos todo el campo, pecho arriba, pecho abajo, levantando piedras buscando a los susodichos. Cuando teníamos las bolsas llenas, volvíamos a casa y ya era cosa de mi madre.




Mi madre cocina los caracoles de escándalo: los grandes en salsa de almendras y los chicos, en caldillo. En casa, no les gusta a ninguno, excepto a mí, aunque ya le está picando el gusanillo de la curiosidad a mi marido y ya se atreve a algo más que a probar la salsa.



Otro recuerdo lindo de mi niñez es el de un día que mi padre nos llevó a Coín, un pueblo precioso de Málaga, donde había descubierto un bar que los preparaban riquísimos, y todavía puedo vernos sentados alrededor de una mesa, en cuyo centro se iba formando una montaña descomunal de conchas vacías.



Hace unas semanas, vi caracoles chiquitillos en el mercado y no pude resistirme a comprar medio kilillo, por probar. Le pregunté a mi madre como se hacían y así cociné mis primeros caracoles en caldillo.



Para empezar, cuando llegué a casa, coloqué los caracoles en un recipiente, les añadí harina y removí para que se impregnaran bien. Los dejé así, al aire, durante dos días, tapados con una malla para que no se escaparan los caracoles.



La mañana de cocinarlos, procedí a la primera fase de su preparación: el lavado. Los enjuagué bien, después les añadí un buen puñado de sal y vinagre a discreción; removí y removí para que se lavaran bien. Después enjuagué. Repetí la operación hasta 3 veces.



Dispuse los caracoles en una olla, añadí agua y puse a hervir. Cuando el agua empezó a hervir, la tiré, enjuagué los caracoles y los volví a poner en la olla, con agua limpia, sal, cáscara de naranja, pimienta negra en grano, 1 hoja de laurel y un chorrete de aceite. Cuando ya estaba caliente, añadí colorante (lo ideal hubiera sido azafrán en hebras, pero no me quedaba) y dejé que cociera un buen rato. Y ya está. No es lo mismo que los caracoles con salsa de almendras, pero tiene su aquel. Es de esos platos que, entre rechupeteos, no mantiene, pero entretiene. También se le podía agregar una pimienta cayena, si nos gusta el caldillo picante.

Comentarios

JL Gupanla ha dicho que…
aqui se comen en Navidad, con una slsa con nueces y jamón....la salsa es muy rica, yo los he probado hace muy poco, ya que de pequeño nunca pasamos aquí la Navidad...
aparte de eso, no creo que me atreva a hacerlos en casa (......).
tambien he oido que la gente va a la playa a lavarlos, con el agua del mar. Incluso grandes restaurantes.
bss!!!